Richard Feynman tenía 15 años cuando conoció a Arline Greenbaum en Far Rockaway, Nueva York. Se enamoró de ella de inmediato. Ella era brillante, artística, curiosa. No era una científica, pero amaba la filosofía y el arte. Esa diferencia, lejos de separarlos, los unió más: él tomaba clases de arte solo para estar cerca de ella.
En la universidad, Feynman ya era una mente excepcional. Para su tercer año en Princeton, le propuso matrimonio a Arline. Pero ella empezó a enfermarse con síntomas que para la época eran misteriosos: fiebre, debilidad, un bulto que aparecía y desaparecía en su cuello. Pensaron que era fiebre glandular. Luego sospecharon de tifus. Finalmente, tras muchas pruebas supieron que era tuberculosis. En los años 40, esa palabra era sinónimo de sentencia de muerte.
Los médicos y las familias intentaron ocultarle a Arline la gravedad de su condición. Richard no estaba de acuerdo porque ellos se habían prometido vivir con verdad. Pero terminó cediendo a la presión de la familia. Aun así, llevaba siempre en el bolsillo una carta de despedida. Y cuando Arline lo confrontó —porque escuchó a su madre llorar en la cocina—, él le entregó esa carta… y le pidió que se casara con él.
Ella, aún sabiendo su enfermedad, aceptó. Se casaron en secreto, sin familiares y sin amigos. Después del “sí”, él la ayudó a bajar las escaleras de la oficina de registro y la llevó, no a una luna de miel, sino a un hospital. Era 1942. Tenían 24 años. Sabían que el tiempo era prestado.
Durante años, su amor había sido a distancia porque Feynman estaba trabajando en el Proyecto Manhattan, construyendo la bomba atómica en Los Álamos. Arline estaba en un sanatorio en Albuquerque. Le escribía cartas en código solo para jugar, para mantener viva la complicidad.
Lo curioso es que nunca habían tenido relaciones porque Feynman tenía miedo de lastimarla y Arline tenía miedo de contagiarlo. Hasta que ella decidió que no podían seguir esperando. Le dijo que ya no importaban los riesgos, que quería sentirse más cerca de él. Esa noche fue la primera vez, y también la última.
Meses después, su salud se desplomó. Pesaba apenas 84 libras. Comenzó a escupir sangre. Richard intentó todo: antibióticos experimentales, consuelo, presencia. Pero como dijimos, la ciencia no estaba a la altura en esa época.
El 16 de junio de 1945, a las 9:21 p. m., Arline murió. El reloj de la habitación se detuvo exactamente a esa hora. Feynman, fiel a su naturaleza científica, no lo tomó como una señal de nada: supo que el mecanismo se trabó cuando la enfermera lo levantó para ver la hora.
Esa noche, en la última página del cuaderno donde Arline anotaba sus síntomas, él escribió simplemente: “June 16 — Death.”
James Gleick, el biógrafo de Richard Feynman, encontró una carta mientras trabajaba en su libro Genius: The Life and Science of Richard Feynman.
Después de la muerte de Feynman en 1988, su viuda, Gweneth Feynman, le envió a Gleick una caja con papeles y documentos personales. Entre montones de papeles, Gleick encontró una carta escrita a mano, con fecha del 17 de octubre de 1946, más de un año después de la muerte de Arline. Era una carta dirigida a ella, nunca enviada.
Sobre ese momento, Gleick dijo:
“Mi corazón se detuvo. Nunca había tenido una experiencia así como biógrafo, antes ni después.” Esta es la carta, la cual hemos traducido al español.
Querida Arline
Te adoro, cariño.
Sé cuánto te gusta oír eso, pero no lo escribo solo porque sé que te gusta. Lo escribo porque me hace sentir cálido por dentro al decírtelo. Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que te escribí —casi dos años—, pero sé que me perdonarás porque entiendes cómo soy: terco y realista. Pensaba que no tenía sentido escribir. Pero ahora sé, mi querida esposa, que es lo correcto. Es lo que he retrasado hacer, y que he hecho tanto en el pasado.
Quería decirte que te amo. Quiero amarte. Siempre te amaré.
Me cuesta entender en mi mente lo que significa amarte después de que has muerto. Pero todavía quiero consolarte y cuidarte. Quiero que me ames y me cuides. Quiero tener problemas que discutir contigo. Quiero hacer pequeños proyectos contigo. Nunca pensé hasta justo ahora que podríamos hacer eso. ¿Qué deberíamos hacer? Empezamos a aprender chino, o a trabajar juntos en un proyector de películas. ¿Puedo hacer algo ahora? No. Estoy solo sin ti. Eras la mujer ideal, y la instigadora general de todas nuestras locuras.
Cuando estabas enferma, te preocupaba no poder darme algo que creías que necesitaba. No debiste preocuparte. Tal como te dije entonces, no había ninguna necesidad real, porque te amaba de tantas maneras, y tanto. Y ahora, eso es aún más cierto.
Ahora no puedes darme nada, y aun así te amo tanto que te interpones en mi camino para amar a cualquier otra persona. Pero quiero que estés ahí. Muerta, sigues siendo mucho mejor que cualquiera viva.
Sé que me dirías que soy un tonto y que tú quieres que sea plenamente feliz y que no quieres estar en mi camino. Apuesto a que te sorprendería saber que ni siquiera tengo una novia, excepto tú, cariño, después de dos años. Pero no puedes evitarlo, querida, ni yo tampoco. No lo entiendo, he conocido muchas chicas, y muy buenas, y no quiero quedarme solo. Pero en dos o tres encuentros todas parecen cenizas. Solo tú quedas para mí. Tú eres real, mi querida esposa.
Te adoro, te amo.
Mi esposa está muerta.
Rich.
P.D. Perdona que no te mande esta carta, pero no sé cuál es tu nueva dirección.